Cuando un niño está jugando a su gusto el tiempo pierde toda importancia, su presencia está absolutamente entregada al momento y es capaz de la mayor creatividad con el menor esfuerzo. Como quien ve llover, así de tranquilamente. Es el estado de fluidez que se ha demostrado más eficiente y económico en cualquier tarea que desarrollamos, y que brilla por su ausencia en el trabajo entendido como obligación. ¿Estamos mirando la hora de acabar la jornada y salir por la puerta a vivir nuestra verdadera vida? Las interferencias en esos momentos, en lugar de robarnos tiempo, pasan a funcionar como elementos, incluso útiles, que aportan su función en la resolución de algún problema o conflicto.
Recuerdo como buen ejemplo de esto la escena de la película Amadeus en la que el joven Mozart recibe una gran bronca de su suegra y cómo ella –enorme- se le echa encima empequeñeciéndolo, sentado frente a una mesa y una vela. En lugar de sentirse desesperado por la situación económica y la precariedad con la que vive su familia, bloqueando todo su trabajo de músico, la escena nos muestra cómo su percepción transforma magistralmente los gritos y aspavientos de la casera en el aria de la Reina de la noche, perla exquisita de su ópera La Flauta Mágica. Sencillamente genial, ¿no es así?
Nosotros no vamos a alcanzar el nivel y virtuosísimo de un personaje tan único como fue Mozart, desde luego, pero todos somos capaces de transformar nuestra percepción y nuestra realidad siendo creativos, resolviendo conflictos con mayor facilidad de la que nos parece.
Hay minutos que parecen horas y hay días que pasan tan rápido que se nos hacen cortos, habiendo dado mucho juego, llegando a sacar adelante gran cantidad de tareas.
En nuestra infancia disponemos de esa capacidad al alcance de la mano y hay quien tiene la fortuna de dedicarse a algo que le apasiona y disfruta con ello casi toda su vida. Lamentablemente, la mayoría de nosotros descuidamos esas capacidades y, para llegar a un buen desempeño en un trabajo o actividad extralaboral, tenemos que entrenarnos a fondo para que nuestros recursos converjan sin esfuerzo aquí y ahora. Todo gesto o movimiento bien entrenado será más eficaz y económico, siempre que, como reza el dicho popular, se esté en lo que se celebra.
Una vez superada la fase inicial, que nos requiere cierta preparación y disciplina, todo se produce sin esfuerzo, sin llegar a explotar todas nuestras capacidades. Sin ruido emocional y con una concentración natural, profunda, que rinde a la persona totalmente disponible. Curiosamente, uno no se fatiga tanto, incluso se regenera con la tarea, y las exigencias se cubren mejor.
"El trabajo sin prisa es el mayor descanso para el organismo", Gregorio Marañón
La característica del estado de flujo es olvidarse de uno mismo, alejado de reflexión y de preocupaciones. Se está haciendo algo por el gusto de hacerlo, sin que importe demasiado el resultado y lo que digan los demás.
M. Csikszentmihalyi es un psicólogo de la universidad de Chicago que lleva 20 años recogiendo y estudiando momentos cumbre de eficacia en multitud de personas. Y su conclusión es directa, “por encima de cualquier otra cosa, lo que los pintores quieren es pintar. Si el artista que se halla frente al lienzo comienza a preguntarse a cuánto venderá la obra o lo que los críticos pensarán de ella, será incapaz de abrir nuevos caminos. La obra creativa exige una entrega sin condiciones”
¿Hacemos lo que nos gusta? ¿En qué grado conseguimos que nos guste lo que hacemos?
Es importante considerar que un elevado nivel de exigencia nos pone en la tesitura de dar lo mejor de nosotros mismos, variable con la que los departamentos de recursos humanos en las empresas juegan sin piedad. Muchos trabajadores están desempeñando las funciones de dos o de más personas, quemándose literalmente en su puesto. Se pasa de rosca la maquinaría y la persona se rompe por algún sitio: espalda, dolores de cuello, cefaleas, ansiedad, trastornos gastrointestinales, despersonalización de la tarea, depresiones y toda la sintomatología derivada del estrés laboral.
La atención consciente previene multitud de riesgos en general, además de proporcionar calidad en el resultado final sin llegar a las enfermedades de la excelencia, tan cacareada por el management desde hace tiempo. Pero los efectos de la atención integrada en la vida cotidiana... ¡Eso es cosa nuestra!
Alcanzar buenos resultados nos exige tener mucha paciencia para llegar a conseguir el "no-hacer-nada". Afortunadamente, cada día hay más receptividad hacia este tipo de planteamientos, en los que el denominador común ya no es el perfil de quien busca el éxito y el reconocimiento a toda costa.
Para mí, es “El lujo de ir despacio”, que va desde comer tranquilamente a practicar Tai Chi, respirando profundamente al pasear, o charlar al ritmo del viajero que va sin prisas. Se trata de encontrar ese tiempo para uno mismo y resetear la mente, parar para reiniciarse.
En cualquier caso, se trata de una aptitud clave, un driver estratégico en nuestro sistema operativo que se nos hace más necesario que nunca. Cada uno encontrará su fórmula a la medida, aquella que le funcione mejor y se adapte a sus necesidades y posibilidades. Hay que ir probando, equivocarse y ajustar las medidas.
Sin embargo, no somos monjes retirados del mundo y sufrimos las presiones en las que nos metemos. Encontrar un equilibrio saludable en medio de la vorágine es casi misión imposible.
Hoy, nos enfrentamos con nuevos factores de riesgo psicosocial, especialmente con las nuevas tecnologías, que nos sirven en bandeja la multitarea. Y la dispersión está garantizada.
Entre adolescentes se da un cierto síndrome de abstinencia si no hay conexión a la red o vemos adultos sometidos a la consulta compulsiva del correo electrónico, mensajes o chats.
A veces, será conveniente un ayuno informativo, tomar distancia del mundo digital y volver a centrar la atención en lo simple, en la respiración, mejor aún si es en contacto directo con la naturaleza.
Un tiempo para uno mismo: pura medicina para muchos de nosotros en este siglo XXI. Es lo que planteamos desde hace 24 ediciones en uno de los balnearios más antiguos de Europa. Este verano cuenta con unos días para encontrar un poco de cielo en uno mismo.
(*) Un artículo de José Javier Pedrosa, especialista en salud psicosocial y director de L’Astragal.