Las emociones pueden influir en los hábitos alimentarios. No es extraño que algunas personas recurran a la comida como un medio para gestionar el estrés, la ansiedad y algunas emociones, como la tristeza o la soledad. Existe una relación entre la obesidad y la gestión de las emociones, una relación compleja, en una sociedad que promueve la delgadez como prototipo de belleza y que puede tener unas repercusiones negativas en el bienestar de las personas. No hay que olvidar el estigma que sufren muchas personas con obesidad, tres de cada cuatro se sienten discriminadas a causa de su peso.

La Sociedad Española de Obesidad (SEEDO) ha estudiado la relación entre el estigma de la obesidad y el desarrollo de alteraciones alimentarias, se ha llevado a cabo básicamente con personas adultas, pero es, prácticamente, inexistente en la población infantojuvenil en España. Varias investigaciones recientes sugieren que, al interiorizar prejuicios sobre el peso, es más probable que las personas sientan insatisfacción con su cuerpo, lo que aumenta su deseo de cambiar su peso o su cuerpo.

Este deseo puede incrementar su disposición a adoptar comportamientos no saludables para perder peso, se eleva así el riesgo general de desarrollar actitudes y comportamientos alimentarios alterados, como conductas no saludables de control del peso, atracones, restricción alimentaria y, en general, un mayor riesgo de desarrollar trastornos de la conducta alimentaria en personas vulnerables.

Un estudio en el que ha participado la psicóloga Clara Almazán, confirma estos hallazgos. La prevalencia de experiencias de estigma relacionado con el peso en esta muestra es especialmente elevada en chicas con obesidad, donde alcanza tasas del 86%, mientras entre los chicos es del 70%. Los niveles altos de estigma interiorizado alcanzan tasas del 66% en chicas adolescentes con obesidad (34% en chicos).

Desde la Sociedad de Obesidad se habla de la necesidad de transformar la narrativa sobre la obesidad y el sobrepeso y aconsejan actuaciones en diferentes ámbitos. En primer lugar, "hay que superar el enfoque normativo del peso que promueve el ideal delgado como algo saludable y alcanzable para todo el mundo", indica Clara Almazán. Piden "cambiar la creencia generalizada de que la obesidad es un problema básicamente de responsabilidad individual y de que el control del peso es algo que depende exclusivamente del control voluntario, obviando la extraordinaria importancia de los determinantes sociales y biológicos en el desarrollo y mantenimiento de la obesidad".

Por ello, la SEEDO demanda programas educativos que difundan información veraz sobre el estigma del peso, sus impactos negativos, la complejidad de causas que afectan al desarrollo y mantenimiento de la obesidad, así como la necesidad de evitar lenguaje o actitudes estigmatizadoras. Además, se considera esencial ofrecer apoyo psicológico a aquellos pacientes que sienten ese estigma y que han sido víctimas de discriminación por su peso.

Violeta Moizé, dietista-nutricionista del Hospital Clínic de Barcelona, defiende que la motivación "es el motor del cambio y permite una intervención más eficaz en obesidad".

Como herramienta importante en este ámbito se cuenta con la entrevista motivacional. "Los profesionales de la salud con entrenamiento adecuado pueden facilitar que las personas con obesidad sean capaces de elaborar sus propios argumentos para llevar a cabo un cambio", afirma la experta del Hospital Clínic.

Según recala Violeta Moizé, "es fundamental que los profesionales de la salud reseteemos nuestro cerebro, para evitar establecer juicios de valor y culpabilizar al paciente de su enfermedad". Evitar el estigma y hacer juicios de valor son, junto con la escucha activa y plantear al paciente preguntas abiertas, los pilares esenciales en los que debería sustentarse una estrategia para motivar cambios saludables y duraderos en el paciente con obesidad.

Fotografía: Thought Catalog (Unsplash)