Hablar de pobreza energética es hablar de un complejo problema social con una importante repercusión en la salud. Se trata de hogares que no pueden alcanzar un nivel de consumo doméstico de energía suficiente para satisfacer las propias necesidades y para llevar una vida social efectiva. En estas situaciones interaccionan ingresos bajos, facturas elevadas o viviendas energéticamente poco eficientes.
Estos días hemos escuchado los problemas que viven los habitantes de la Cañada Real en Madrid, agravados por el frío y la nieve de la borrasca Filomena. Los problemas de salud derivados de la pobreza energética se han hecho visibles en España desde la última crisis económica. Una de las mesas de trabajo del Congreso Anual de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE) de 2020 apuntaba algunas cifras destacadas:
En España, en 2016, un 23.9% de la población general reportaba tener un mal estado de salud, este porcentaje aumentaba hasta el 43.3% en las personas que viven en situación de pobreza energética. Y en salud mental, un 4.7 de la población española mostraba síntomas de depresión, porcentaje que llegaba al 10.7% en las personas que viven en pobreza energética.
Ahora, un estudio que acaba de publicar la Asociación Bienestar y Desarrollo junto a otras instituciones, como la Agencia de Salud Pública de Barcelona, en la revista Gaceta Sanitaria, concluye que los habitantes de la ciudad de Barcelona que sufren pobreza energética presentan una peor salud que aquellos que pueden garantizarse los suministros domésticos de energía. Se trata de la primera investigación que analiza la asociación entre la intensidad de la pobreza energética y la salud en el Sur de Europa, comparando los datos de 1.799 mujeres y 671 hombres que forman parte del programa del Ayuntamiento de Barcelona "Energía, la justa" con los de 1.393 mujeres y 1.215 hombres que participaron en la Encuesta de Salud Pública de Barcelona en 2016.
El estudio ha analizado cuatro parámetros de salud física y mental: la salud autopercibida, el asma, la bronquitis crónica y la depresión o ansiedad. En todos ellos, los participantes en el programa contra la pobreza energética han reportado un peor estado de salud. Las mujeres presentan una mayor prevalencia de todos los parámetros de salud.
La probabilidad de experimentar una peor salud es bastante superior entre quienes padecen pobreza energética, sobre todo en cuanto a la bronquitis crónica y la depresión y ansiedad. Así, la probabilidad de tener bronquitis crónica es 4,94 veces superior, en las mujeres, y 5,43 veces mayor entre los hombres que sufren pobreza energética que entre las personas que no se enfrentan a este problema. En el caso de la depresión y la ansiedad, la probabilidad entre la población con pobreza energética es 3,23 veces superior entre las mujeres y 4 veces superior en el caso de los hombres.
El estudio también muestra una asociación entre la intensidad de la pobreza energética y el estado de salud. A excepción de la bronquitis crónica en hombres, hubo diferencias significativas en todos los indicadores de salud entre la baja y la alta pobreza energética, de manera que, a mayor pobreza energética, peor estado de salud. La depresión y la ansiedad en las mujeres y el asma en los hombres fueron estadísticamente significativas en todos los niveles de intensidad de pobreza energética.
Las diferencias entre la muestra del programa del consistorio barcelonés y la población general de Barcelona ya se manifiestan en los parámetros demográficos, socioeconómicos y de características del hogar.
Por ejemplo, el número de personas nacidas fuera de la Unión Europea se acercó a la mitad en la muestra de "Energía, la justa" (mujeres, 49,0%; hombres, 42,2%), pero fue mucho menor en Barcelona (mujeres, 17,5%; hombres, 15,6%). Las madres solteras de “Energía, la justa” duplicaron las de la Barcelona (21,3% versus 10,4%, respectivamente).
Tanto el nivel educativo como la posición socioeconómica fueron más bajos en los ciudadanos del programa contra la pobreza energética, y la mayoría de sus participantes eran inquilinos (mujeres, 76,8%; hombres 72,7%), mientras que la mayoría de la muestra de población de Barcelona eran propietarios (mujeres, 66,2%; hombres 63,4%).
Una alta proporción de participantes del programa contra la pobreza energética informaron de que no podían permitirse mantener la temperatura adecuada en el hogar los meses de frío (mujeres, 78,0%; hombres, 74,8%) y una alta proporción de ellos tenía atrasos en las facturas de los servicios públicos (mujeres, 68,3%; hombres, 68,1%).
Este estudio muestra que la población vulnerable afectada por la pobreza energética es desproporcionadamente elevada en mujeres, inmigrantes, personas con bajos niveles de educación, desempleados e inquilinos en una ciudad del sur de Europa, como es Barcelona. Esta población sufrió una prevalencia impactantemente mayor de mala salud autopercibida, morbilidad respiratoria y mental en comparación con la población sin pobreza energética.
"Las políticas y los programas específicos para aliviar la pobreza energética deben coexistir con políticas estructurales más amplias destinadas a mejorar las condiciones de vida, trabajo y vivienda. Ambas estrategias combinadas reducirían los efectos sobre la salud y las desigualdades en salud en poblaciones afectadas por múltiples privaciones sociales", concluyen los autores y autoras de este estudio.
Asimismo, recuerdan que la anterior crisis económica "agravó la pobreza energética en España. A la luz de la actual crisis económica desencadenada por la pandemia de la Covid-19, se espera que el problema de la pobreza energética se agrave con consecuencias adversas graves para la salud."
Referencia bibliográfica
Juli Carrere et al. Energy poverty, its intensity and health in vulnerable populations in a Southern European city. Gac Sanit. 2020.
Otras fuentes de información: Sociedad Española de Epidemiología,
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Fotografía: Riccardo Annandale (Unsplash)