¿Le decimos a Manuel lo de la fiesta? No, que es un triste. Y a Luisa tampoco que es una tacaña. Mejor vamos a comentárselo a Álvaro que es la alegría de la huerta y con él siempre nos lo pasamos bien… Y así funcionamos a diario, poniendo etiquetas a la velocidad del rayo. ¿Realmente sabemos cómo es Manuel? ¿Y Luisa? ¿Y Álvaro? Algo sabemos de ellos, pero ni de lejos tanto como pensamos. Cuando ponemos una etiqueta reducimos toda la personalidad de alguien a ese adjetivo y eliminamos todo lo demás. Las etiquetas son reduccionistas porque hacen que nos olvidemos de que en nuestra personalidad cabe todo: el tacaño y el generoso; el alegre y el triste; el raro y el normal… Sin embargo, es tan fácil etiquetar, tan cómodo y divertido… De hecho, tardamos unos 6 segundos en hacerlo cuando acabamos de conocer a alguien. Nos sirve para categorizar la información, agrupar a las personas, justificar nuestras decisiones… y para un sinfín de cosas.
¿Somos conscientes del impacto que tiene una etiqueta en otra persona? Pensemos en qué sucede cuando nos lo hacen a nosotros: “eres tan nerviosa…” Pueden pasarme tres cosas:
- Lo rechazo: ya estamos otra vez con lo mismo, la que me pone nerviosa es ella…
- Me trago la etiqueta y actúo como se espera de mí, con nerviosismo en este caso
- Me cuestiono la información de la etiqueta y aprovecho la que me es útil: “no estoy siempre nerviosa pero la verdad es que ahora sí, quizás tenga que ver con… No me había dado cuenta, qué curioso”.
Rechazarlas o aceptarlas de plano puede llevarme a sentirme molesto, a responder con indiferencia o de forma agresiva o a dejar de relacionarme con los otros. Sin embargo, cuestionar las etiquetas es actuar con inteligencia emocional: se trata de filtrar la información y distinguir lo que es mío y lo que es del otro. Esta forma de funcionar nos permite relacionarme con los demás sin prejuicios.
¿Hay etiquetas positivas y etiquetas negativas? Imagina que de pequeño dicen de ti “es muy listo”. Parece una buena cosa, ¿no? ¿Qué crees que harás? Puede que te sientas muy bien pero también es probable que de forma paralela aparques determinados comportamientos por el miedo a que los demás dejen de considerarte listo. Es posible, por ejemplo, que abandones el sano hábito de preguntar –si pregunto es porque no sé algo y todos pensarán que soy tonto-. Ya no parece algo tan bueno, ¿no? En realidad, todas las etiquetas nos limitan porque congelan una parte de nosotros.
Si quieres descubrir por ti mismo el impacto de las etiquetas, 960 Pixels Comunicación ha organizado un taller de coaching para tratar esta cuestión. A través de dinámicas de grupo y de juegos, los participantes tomarán conciencia del efecto de etiquetar y reflexionarán sobre qué hacer cuando los etiquetados son ellos. La cita es el 2 de octubre, martes, a las 19:30 horas, en el Edificio CIEM Zaragoza, en Avda. de la Autonomía, 7. El taller dura una hora y media y su coste es de 15 euros. Consulta el
programa.
Artículo de Livia Álvarez, periodista y coach personal y profesional.
Fotografía: Celia Crespo. Flickr